viernes, 15 de enero de 2010

La grasa, esa gran incomprendida

Esta vez quería empezar una serie sobre el riesgo cardíaco y otros problemas de salud relacionados con la mala nutrición. Sin embargo, en los últimos días me ha estado molestando la insistencia de muchas personas anónimas a mi alrededor respecto de la utilización de ciertos fármacos que eliminan el exceso de grasa. No hablemos de los preparados con piña (ananás) y alcachofa, buenísimos para perder peso (por unos días, justo lo que el cuerpo tarda en recuperar el agua perdida por el efecto de estos diuréticos).
Hace tantos años que ya nadie recuerda, un científico ruso que nadie quiere recordar, alimentó unos cerditos con grasa animal, exclusivamente sebo, durante tanto tiempo y en tal cantidad que los bichos acabaron muriendo. La necropsia reveló que sus arterias coronarias (las que llevan sangre al corazón) estaban más tapadas que la Francisco Fajardo en hora pico (o la autopista que usted prefiera, al fin todas se convierten en parqueaderos cuando las necesitamos). La conclusión que el "científico" publicó fue: los cerditos habían muerto de infarto (vaya usted a saber si murieron de hambre, porque sólo comían grasa). La comunidad científica proclamó que la grasa animal es la causante de los tapones arteriales y que había que excomulgarla.
Han pasado décadas de aquella satanización, la gente cada día come menos grasa, se alimentan de paja, afrecho y otras maravillas de la técnica, y aun así los infartos siguen siendo una de las principales causas de muerte en el "primer mundo".
Además, la reducción de la grasa en la alimentación no ha impedido que la obesidad se haya convertido en la primera epidemia evitable del mundo, sustituyendo al tabaquismo.
En otras palabras: comer menos grasa ni evita los ateromas ni favorece el control de peso.
Y a la par de esa obsesión por reducir la grasa que entra, existe un mercado muy lucrativo de medicamentos que eliminan la grasa que ya está dentro.
¿DENTRO? A ver, recapitulemos. Si no consumo grasa, ¿de dónde aparece la grasa que tengo en la cintura, la cadera, la papada, la panza, los muslos y hasta en los pies (¡No me entran estos zapatos, deben estar haciéndolos más pequeños!)?
La respuesta es simple: del exceso de calorías que consumo, encubiertas y disfrazadas en refrescos, panes, pasteles andinos fritos, mayonesa que no falte, bebidas alcohólicas, almuerzos con doble ración de arroz y triple de yuca, cenas de hamburguesa triple con papas cuádruples y extra de salsas en la taguara de la esquina... ¡Pare usted de contar!
He conocido quien, amparado en que ciertas grasas son buenas, cocinaba pollo con tomate y lo servía en un plato de sopa porque se le escurría el aceite (de oliva, ¡eh!).
¿No sería más práctico controlar lo que nos metemos en el cuerpo, procurando ingerir un número de calorías adecuadas a nuestra edad y actividad física, y balanceando la dieta? Pues claro que es mejor. Y hasta más barato: ahorramos en la comida porque comemos justo lo necesario, y ahorramos en los medicamentos que NO compramos.
¿Lo vamos a hacer? =) Hay un antecedente que nos puede dar una pista: cuando fue evidente que el tabaco es una planta asesina ¿dejaron de fumar? No, inventaron el tabaco "light".
Así que usted verá qué hace. Yo sigo diciendo: la grasa es necesaria, sin ella podemos acabar sin huesos (la vitamina que interviene en la fijación del calcio, la D, es soluble en grasa, ergo si no hay grasa, no la absorbemos). Pero en su justa medida y siempre de la mejor calidad posible (la regla de oro para valorar una grasa: si a temperatura ambiente es sólida, es mala).
Evitar tres de las cuatro principales causas de muerte (infartos, diabetes y ACV) es posible y simple, sólo seguir las reglas que tanto tiempo llevamos pregonando: dieta balanceada, calorías reducidas y ejercicio físico habitual y moderado.